EL ULTIMO RELATO

El cuerpo de Daniel yace inclinado hacia delante. La cabeza apoyada en la mesa. La mano, con los dedos agarrotados, aún sujetan el ratón.

La pantalla del ordenador está encendida. Es la única luz que hay en la habitación que hace las veces de despacho para este escritor. Quizá por esa razón, por la penumbra que hay, apenas se puede ver la sangre que mana de los orificios de la nariz. La boca, entreabierta de manera ostentosa, muestra una expresión atormentada, con los dientes apretados con inusitada fuerza y entre ellos, su lengua alargada.

El brazo derecho de Daniel cae hacia el suelo. La mano abierta ha soltado la pistola que ahora descansa sobre la alfombra. El cañón del arma todavía está caliente.

La detonación se produjo pocos minutos antes. El joven escritor se había volado la tapa de los sesos mientras contemplaba las últimas líneas que había escrito en su ordenador.

Dadas las circunstancias y teniendo en cuenta que hallarán el cuerpo de Daniel dentro de una semana, cuando el desagradable olor de la putrefacción irrumpa para alertar a los vecinos, creo que podemos echar un vistazo al texto que hay sobre la pantalla. Sé que no esta bien, pero dudo que a Daniel le importe ya lo más mínimo.

Entiendo que estas son sus últimas palabras, su último regalo, el último obsequio…


Titulo provisional: LA MUERTE DEL GUERRERO
Dedicatoria a esperas de encontrar algo mejor: Para lo que perdí


Un sonido seco cortó el aire y la primera flecha penetró en el muslo del guerrero. El grito que salió de su seca garganta prendió la soledad del camino como lo haría la respiración de un demonio.


El joven guerrero bajó la cabeza tras sentir el dolor que se había incrustado en su pierna y vio que la flecha le había atravesado por completo. Con lágrimas en los ojos, apoyó la pierna sana en el sendero que colindaba con el bosque y, con la mirada cargada de rabia y frustración, dirigió su vista hacia el lugar de donde había sido atacado. Advirtió algunas siluetas que se movían tras las ramas de los árboles. Había más de un hombre.

Presa del profundo dolor causado por la flecha, logró ponerse en pie al tiempo que desenfundaba su herrumbrosa espada. El acero cortó el aire y lanzó un grito de rabia al aire, manifestando que estaba dispuesto a cortar las cabezas de los enemigos y reventar sus corazones.

Un nuevo sonido, idéntico al anterior, se repitió desde otra dirección. El guerrero no tuvo tiempo de apartarse y vio horrorizado que otra flecha se acercaba peligrosamente en dirección a su cuerpo.

Esta vez se clavó en su hombro. La punta de acero penetró en el cuero que protegía su cuerpo y desgarró la piel y varios tejidos.

El joven guerrero se vio obligado a dar varios pasos hacia atrás por la fuerza del impacto. Sus ojos se cubrieron de lágrimas a causa del dolor y la sangre manaba de sus heridas, como hieráticos llantos.

La espada resbaló de entre sus dedos y se clavó en la tierra. Cayó de rodillas al tiempo que veía como varios hombres salían de entre los árboles, con los rostros cubiertos por el barro y una sonrisa reluciente impreso en ellos. Estaban dispuestos a acabar con su vida y el guerrero lo sabía.

Hundió las rodillas en el fango y alzó la vista hacia el cielo, buscando con sus ojos las estrellas y la luna, para contemplar su belleza por última vez pero un manto negro, oscuro y siniestro, ocultaba lo que el guerrero buscaba, como si ya no existieran.

Bajó la cabeza y vio a los enemigos acercándose con sus armas prestas para el combate. Pero nuestro guerrero estaba cansado de luchar, herido de muerte, sin fuerzas para levantarse, sin valor para enfrentarse al Mal, sin motivo por el que defender su vida y su sueño.

Cerró los ojos, pidió perdón en silencio. Levantó las manos en señal de rendición y aguantó la respiración.

El acero mordió su pecho y su abdomen. Su garganta recibió un brutal impacto y su cabeza cercenada cayó al suelo, rodando hasta ocultarse tras unos matorrales. El cuerpo del guerrero permaneció de rodillas durante varios segundos, sin esperanza, sin ilusión, después quedó tendido en el suelo. Sin vida. Sin futuro.


Siempre quedará la duda de si Daniel ha acabado el relato, si este texto era el definitivo. Quiero pensar que no, que aún le quedaba por dar muchas vueltas a todos y cada uno de los párrafos, con cambios y mejoras constantes, con la posibilidad de que el guerrero se mantuviera con vida, prisionero en alguna oscura caverna o salvado milagrosamente por alguna doncella, terrible y poderosa.

Desgraciadamente, nunca lo sabremos, porque el escritor ha muerto y con él su talento, sus virtudes y sobre todo sus grandes defectos y su afán por sembrar el caos y el dolor.
Alza una copa en su honor, brinda por su desaparición y no derrames ni la más pequeña de las lágrimas por quien nunca mereció la pena.


Daniel ha muerto y con su óbito desaparece todo el daño que en vida pudiera llegar a hacer.
Ha muerto el cruel creador de palabras. Y a su tumba no se ha llevado más que la soledad que se merece.


Me alegro por ti, de verdad, por fin estás a salvo y empezarás a vivir sin preocupaciones, sin tensiones, sin dolor. Te has librado de él.

Alza tu copa (de nuevo) por la muerte de Daniel, celebra su defunción. Hoy es un día grande para la Humanidad, un parásito menos, pasto de gusanos y diablos.

Daniel… no merece la pena seguir escribiendo sobre ti. ¡¡Púdrete en el infierno!!

1 comentario:

Samantha dijo...

Interesante relato, siempre consigues que me quede con ganas de seguir leyendo.

Un saludo!