EL VALOR DE LA AMISTAD


“Cuando los cementerios de todo el mundo desahucian a sus inquilinos por impago, los muertos se levantan y recorren las calles del mundo para buscar (se) la vida y alimentarse de ella”
(Matt Cassidy)

-Tampoco es tan grave.-rugió la voz de Rodrigo.-Esto le ocurre siempre a uno de los personajes de cualquier película o novela sobre zombis.
-Joder, tío, pero nosotros somos de carne y hueso.
-Sí, claro.-respondió Rodrigo señalando a su alrededor.-Pero todos esos tipos son muertos vivientes y nos han rodeado.
Era cierto. Les habían pillado por sorpresa. Un descuido. Durante la noche.
Habían huido de la ciudad, donde la horda de muertos vivientes se había convertido en un problema insalvable. Perdieron varios amigos por el camino. Desde el primer día en que los muertos se alzaron buscando sangre y vísceras, el grupo que habían formado se vio reducido a pasos agigantados. Cayeron como moscas. Ahora solo quedaban ellos dos y dada las circunstancias… apenas era cuestión de tiempo   que sus vidas se vaciaran por completo.
Se habían refugiado en una pequeña cueva con la ropa ensangrentada y el cansancio acumulado y se durmieron sin planificar vigilancia alguna. Una metedura de pata de principiantes los había condenado al mismísimo infierno y la cueva que había servido de protección durante la noche ahora era su propia condena. No podían salir y los muertos se acercaban impetuosamente. Se habían despertado a causa del intenso olor que inundó el refugio y los inquietantes jadeos provocados por los cuerpos podridos que se movían torpemente en el exterior.
. Ya era demasiado tarde, estaban atrapados. Sin salida.
Nadie podía imaginar tamaño terror. En realidad sí, muchos autores descerebrados habían escrito libros sobre el particular pero nadie pensaba que un buen día, como si el verdadero Apocalipsis hubiera llegado según lo anunciado, los cementerios de todo el mundo dijeran ¡basta!
Los muertos trataban de entrar por la abertura de la cueva y sus rostros arrugados por la mueca horrible de una muerte detenida se asomaban desde la oscuridad.
-¿Estás seguro que sólo te queda una puta bala?.-preguntó Tomás con una ligera esperanza mientras observaba el numeroso número de cadáveres podridos avanzando hacia ellos.
-¡Claro joder!.-rugió Rodrigo mientras comprobaba la pistola por cuarta o  por quinta vez.
-Entonces… ¿Qué hacemos?
-Pues te lo he dicho hace unos minutos pero parece que no me escuchas.
-Perdona tío, pero me interesa más esa mierda de cadáveres que nos van a comer como mendigos un bocadillo de mortadela.
-Pero sólo a uno de nosotros, el otro gozará de una muerte horrible y demasiado típica en estos casos, pero los dientes amarillentos de esos alelados no tocarán su cuerpo.
Rodrigo tenía razón. Por lo que sabían, los zombis solamente se alimentaban de humanos vivos y no destrozaban a las personas que habían tenido la fortuna de morir…
…pero si te cogían estando vivo… 
…entonces tus gritos se oirían más allá del horizonte para notar  que decenas de mandíbulas desencajadas desgarran tu piel y te sacan sanguinolentos trozos de carne, que acaban bajando por las muertas gargantas de los monstruos hasta finalmente quedar  reposando sobre sus estómagos inertes. Por no hablar de que en tu desesperación por terminar con aquél horror, miras a los muertos por última vez y descubres trozos de ti adheridos a sus dentaduras pútridas y amarillentas. Una visión desagradable que podría convertirse en tu último momento. Y nadie quiere morir así.
-Tenemos que elegir a quién va destinada la bala.-susurró Rodrigo mientras pegaba la espada a la pared que ahora se había convertido en su trampa. 
-Podemos echarlo a suertes.-Exclamó Tomás mientras veía el horrible grupo de muertos vivientes crecer como el vómito de un demonio; levantaban sus podridos brazos hacia ellos. Resultaba desagradable  verlos tan cerca, sentir su hedor invadiendo el interior del pequeño habitáculo creado en la roca. Los jadeos inquietantes y perturbadores de todos y cada uno de los fiambres era  intimidatorio y profético. De allí no iban a salir vivos. Ninguno de los dos.
-¿Y a qué quieres jugar?  ¿Cómo lo decidimos? No tenemos mucho tiempo.
Los dos amigos sabían perfectamente que ya no tenían salvación. De un modo u otro estaban muertos. El que recibiera la bala caería al suelo convertido en un cadáver de verdad, sin riesgo a levantarse si el disparo era certero. El otro, bueno, el otro gritaría tanto como el cerdo que es conducido al matadero, porque lo iban a partir en trocitos muy pequeños para comérselo y sus restos, vísceras y carne, quedarían esparcidos por toda la cueva hasta que el paso del tiempo los redujera a un significante polvo sin conciencia ni recuerdos.
-Es horrible morir así.-pensó Tomás.-No quiero que me coman.
-Yo tampoco.-dijo Rodrigo.-Ahí tenemos el problema.
-Una sola bala.-dijo Tomás.
-Una sola bala.-repitió Rodrigo.
-Hay que joderse.
-Estamos jodidos.
-Tú menos, Rodrigo, tienes el arma y lo tienes fácil. Te vuelas el cerebro y descansas. Mientras, yo seré descuartizado en vida. ¿Te apetece un piedra, papel, tijera?
El arma descansaba en la mano de Rodrigo. En aquél momento le pesaba una barbaridad y estuvo tentado de hacer dos cosas. En primer lugar le hubiera gustado perforar el cerebro de cualquiera de aquellos nauseabundos muertos vivientes, pero entonces los dos morirían entre gritos enloquecidos y ambos querían escapar de una muerte tan abominablemente atroz. Si por el contrario  se pegaba un tiro en la cabeza y moría felizmente entonces su amigo quedaría a merced de los muertos vivientes y lo odiaría por eso. Se llevaría al infierno aquél peso en su conciencia y se imaginó los últimos segundos antes del suicidio, cuando hubiera tomado la decisión, y sintió una pena muy grande. Tomás no merecía ser objeto de una traición.
Aún así, Rodrigo cogió la pistola y se la colocó sobre la cabeza. ¿Y si fallaba? ¿Y si no se mataba? Sería horrible levantarse hambriento y caminando por las calles en busca de un suculento manjar con la cabeza completamente reventada. Vio la cara de su amigo, todo un poema,  y descubrió en su mirada una expresión que lo emocionó. No. No podía convertirse en un traidor. No en aquellos angustiosos momentos.
-Tomás.
-Dime Rodrigo.
-Debemos morir como hombres. No podemos pegarnos un tiro cobardemente y dejar al otro que sufra lo indecible. No sería justo. La traición es algo que no se me puede pasar por la cabeza. Tenemos que ser valientes y echarle huevos, tío.
-Lo entiendo.-murmuró Tomás mirando la horda de cadáveres putrefactos que se movían como moscas revoloteando sobre la mierda.
Rodrigo dejó caer la pistola al suelo y abrió los brazos para recibir las mandíbulas sucias y desencajadas del nauseabundo ejército  de zombis purulentos de ojos vacíos e inertes.
Tomás miró estupefacto la cantidad de muertos que se acercaba lentamente, con las piernas rígidas y los brazos levantados. Con sus ropas hechas harapos y la carne negra y podrida, el hedor que despedían era inquietantemente atroz. Apenas podía respirar de las náuseas que sentía. El olor a carne podrida era de tal intensidad que lamentó llevarse ese hedor impreso en las paredes de su nariz.
Apenas le separaban dos o tres metros de los cadáveres vivientes. Tomás vio que Rodrigo tenía los ojos cerrados esperando el inminente y horroroso final. Era una actitud honorable, que mostraba una valentía y un coraje como nunca había visto en un ser humano. Rodrigo había dicho que tenían que echarle huevos y lo estaba haciendo. Le estaba echando huevos. Sí señor. Era admirable.
Tomás lo miró entusiasmado y descubrió que Rodrigo seguía teniendo los ojos cerrados.  Por esa razón no vio que se agachaba.
-Oye tío, lo siento mucho  ¿Sabes?, pero no estoy dispuesto a dejar que me coman.
Rodrigo abrió los ojos y vio que Tomás tenía el arma en la mano.
-¿Qué cojones estás haciendo?
-¿Qué quieres que haga?.-dijo Tomás encogiendo los hombros.- ¿Ves a esos monstruos? Nos van a comer en cuestión de segundos y esa es una muerte horrible que no estoy dispuesto a padecer. Lo siento tío, de verdad, pero no puedo morir así.
El rostro de Rodrigo recibió de sopetón una expresión de irá y terror que hicieron que sus ojos se agrandaran tanto que parecía que fueran a salírsele de sus órbitas.
-Eres un puto miserable. Un jodido traidor de mierda.
-Tal vez tío, tienes razón…  pero… ¿Desde cuándo nos conocemos?
-No sé.-respondió Rodrigo.-Tres o cuatro semanas, desde que los muertos decidieron mandar al carajo este planeta.
-Exacto.-dijo Tomás.-Lo que significa que en realidad no hemos tenido tiempo para convertirnos en   amigos y no te debo ningún tipo de complacencia. Hemos pasado en poco tiempo un infierno, Rodrigo, nos hemos ayudado mutuamente para salvar el pellejo y hemos colaborado para aplastar los cerebros de alguno de esos desgraciados, pero amigos, lo que se dice amigos, nunca lo hemos sido y si lo fuéramos dudo también que me comportara como tú. Tal vez no tengo el valor suficiente o quizá soy una persona mezquina pero de cualquier modo no puedo morir devorado por esos idiotas. Créeme que lo siento, por ti, de verdad.
-Eres un verdadero hijo de puta.-gritó Rodrigo con los puños apretados al tiempo que los primeros zombis lo agarraban y tiraban de él.
-Sin duda, tío, soy una mierda pero es lo que hay. Nos vemos en el infierno.-Y Tomás colocó el cañón dentro de su boca y cuando Rodrigo comenzó a producir los primeros gritos horribles de muerte y dolor y su cuerpo estaba siendo desmembrado por los muertos, que no tardaron en llevarse trozos a sus bocas hambrientas, cerró los ojos y apretó el gatillo.
Los abrió inmediatamente aterrado cuando descubrió que el arma no se había disparado. Sintió pavor al notar las primeras manos huesudas rasgando su piel. Apretó de nuevo el gatillo. Una vez.
Dos.
¡Tres veces!!
 No sonó detonación alguna. Impávido, permitió que la pistola resbalara  de entre sus dedos y los muertos se abalanzaron  ansiosos ante la inesperada comida que gritaba con tanta potencia y terror que sus cuerdas vocales se rompieron en el mismo instante en que partieron su cuerpo en dos.


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