SANGRE ("El Sacrificio")


¡¡SANGRE!! 
“El Sacrificio”


Mientras el hacha caía salvajemente sobre la cabeza y el cadáver se agitaba como si estuviera vivo, varios cuchillos se clavaron en el abdomen y lo abrieron en canal, como en una verdadera matanza llevada a cabo por cuatro psicópatas dementes.  Numerosas personas  presenciaban la cruel salvajada, con las cabezas agachadas con la intención de que sus miradas no retuvieran la escena para evitar los crudos recuerdos de unos hechos tan abominables como necesarios. Cuando los cuatro sanguinarios muchachos quedaron inmóviles con sus cuchillos  y hacha aún agarrados por unas manos temblorosas  completamente manchadas de sangre, uno de ellos giró la cabeza para dirigirse al grupo que se encontraba a un lado de la estancia.

-¿Cómo están las cosas ahí fuera?

Un hombre mayor, apoyado en un viejo bastón, movió su tembloroso cuerpo para asomar el rostro por la ventana. Se giró y la expresión pálida que mostraba su cara era suficiente respuesta, aún así, la voz ronca brotó de su garganta.

-Sigue todo igual.

Un silencio opresivo se adueñó de la estancia. Los cuatro verdugos que habían matado al hombre se miraron consternados, vencidos por el miedo y la impaciencia.  Sus cuerpos estaban cubiertos de la sangre de sus víctimas. Miraron a los presentes  y uno de ellos dijo:

-El siguiente.

El grupo que estaba allí dentro, formado por cinco ancianos, tres hombres, dos mujeres y cuatro niños, desviaron sus rostros para contemplarse hasta que una de las personas mayores, precisamente la que había contemplado el horror por la ventana, dio un paso al frente.

-Yo mismo.

Los cuatro verdugos retiraron a empujones el cadáver del hombre que acababa de morir e hicieron sitio para que se tumbara su nueva víctima. El anciano se colocó sobre la mesa. Su cabeza quedó al borde de la misma, prácticamente colgando. Miró a los cuatro ejecutores, que mantenían expresiones adustas en sus rostros. Uno de ellos levantó el hacha por encima de su cabeza y la mantuvo firme, como si hubiera quedado inmovilizado, los otros tres aguardaban el momento preciso para acuchillar y abrir en canal al hombre. Nadie dijo nada. Todos contemplaban la escena, esperanzados, eludiendo mirar hacia el horror que se desataba en el  exterior.

El hacha bajó con violencia. La cabeza del anciano se desprendió de su cuerpo produciendo un sonido tosco y desagradable. Rodó con los ojos abiertos y quedó inmóvil junto a los pies del grupo que observaba el acto. Seguidamente, las afiladas hojas de los cuchillos se clavaron en el cuerpo arrugado de la víctima y la sangre saltó a borbotones, después, extrajeron sus armas y la sangre brotó con mucha más fuerza, resbalando por la mesa y cayendo hacia el suelo. Los cuchillos bajaron de nuevo sobre el cuerpo y lo abrieron en canal, para que las entrañas de la víctima quedaran al descubierto. Los cuatro muchachos, exhaustos, giraron sus cabezas para observar al grupo. No hacía falta hacer ninguna pregunta.

Una de las mujeres, con el rostro cubierto por el espanto se llevó las manos a la boca para evitar las arcadas y se dirigió hacia la ventana. Al volverse de nuevo, las lágrimas resbalaban por sus mejillas para negar con la cabeza.

-¡Siguiente!.-dijo uno de los cuatro muchachos con un soplido que denotaba cierta decepción.

Ninguna de las personas se movió del grupo. Se miraron unos a otros mientras los cuatro ejecutores desplazaban el cuerpo destrozado del anciano y lo tiraban al suelo. En el exterior, una oscuridad opresiva dejó paso al sonido de un viento solitario al que le acompañaba una sensación de terror absoluto.

-¡Siguiente!

El grupo se miró horrorizado. Hombres y mujeres comenzaron a lloriquear mientras los niños permanecían asustados, a un lado de la pared. Uno de los ancianos trató de infligirse un poco de valor y habló:

-Uno de los niños. Tal vez eso lo calme…

Nadie dijo nada pero las cabezas giraron hacia los cuatro pequeños, tres niños y una niña, cuyas edades oscilaban entre los cinco y ocho años. El silencio que reinaba en la estancia se vio interrumpido por el sonido del viento cada vez más elevado y el ruido de la lluvia golpeando el techo y los ventanales.

Los cuatro niños miraban horrorizados al grupo de adultos, con los ojos muy abiertos e inyectados en el terror que suponía convertirse en un cuerpo abierto de arriba abajo. La niña, vestida con un trajecito azul y  salpicaduras de sangre en los brazos, dio un paso al frente.

-Que sea él.-dijo señalando a uno de los niños.

El pequeño comenzó a lanzar un berrido tremendo que heló la sangre de todos los presentes y lloró a pleno pulmón. Chilló y gritó. Retrocedió. Trató de salir por la puerta pero se encontraba cerrada. Varios de los presentes tuvieron que agarrarlo para conducirlo hasta la mesa y lo ataron con fuertes correas. Los cuatro ejecutores se miraron sin estar convencidos de que el sacrificio fuese efectivo. Si no había voluntad del desdichado su muerte quizá no surtiera efecto, sería una muerte en vano.

El hacha se levantó en el aire. El pequeño cuerpo del niño se agitó compulsivamente y su garganta lanzó un alarido que arañó el alma  de todos los presentes. Los cuchillos estaban preparados para perforar la piel del infante y desgarrar sus tejidos para que la sangre brotara y la vida del pequeño se apagara.

El niño se agitaba violentamente, movía su cuerpo con la pretensión de escapar de las ataduras y lanzó un grito aterrador cuando el hacha cayó de las alturas para destrozar su cerebro de un solo golpe…

…pero el hacha no llegó a tocarle. Se detuvo en el aire, secamente. La persona que aferraba el mango de madera con sus gruesas manos la soltó de golpe y bajó la cabeza  para mirar su estómago. El mango de un  cuchillo asomaba de su vientre  mientras la larga hoja se había introducido en su cuerpo y lo desgarraba con un dolor inmenso. Uno de sus compañeros se había agitado sobre sí mismo ante la sorpresa de todos  para detener el golpe del verdugo. El ejecutor había soltado  el hacha presa del dolor. Se inclinó sobre su cuerpo y se llevó las manos a la empuñadura  del cuchillo, tratando de sacarlo. Bramó de dolor. Todos los presentes se quedaron estupefactos, impotentes.

Mientras el niño atado se agitaba, uno de los ejecutores levantó su cuchillo  y desgarró el aire con violencia con la intención de introducirlo  en el cuerpo del pequeño, que lanzó un berrido más propio de un demonio infernal que de un ser humano asustado. El cuchillo bajó violentamente y estuvo a punto de perforar el corazón del niño cuando se detuvo en seco. Un sonido gutural, procedente del exterior, hizo retumbar los cimientos de la vieja edificación donde aquellas personas se encontraban. Se asomaron por la ventana,  aterrorizados, y vieron cómo la sangre que llevaba cayendo  de las nubes desde hacía tres días ahora era más fuerte e intensa. Hubo exclamaciones cuando el cielo se iluminó y el poderoso sonido de un trueno provocó que el cristal de uno de los ventanales se resquebrajara para posteriormente estallar en varios pedazos.  El fuerte viento empujó la lluvia de sangre y la hizo entrar en la estancia, golpeando con severidad los rostros asustados de todos los presentes. Aquella sangre era caliente y espesa, como si hubiera salido recientemente de cuerpos vivos. El cielo estaba tan oscuro, caía tanta sangre del interior de las nubes,  que cabría suponer, quizá, que  las almas de los difuntos se habían roto.

-¡Matad al niño!.-dijo uno de los ancianos aterrorizado, contemplando los charcos de sangre que se estaban formando en el exterior y comprobando cómo en la lejanía se podía percibir el mar alborotado donde sus aguas, convertidas nuevamente en sangre, se agitaban malhumoradas.

Cuando los rostros del resto de los presentes se giró para contemplar el sacrificio, descubrieron anonadados que la mesa donde hasta entonces se encontraba atado el pequeño estaba vacía, que el niño había desaparecido y que uno de los ejecutores también se habían esfumado; los otros dos yacían con la garganta abierta y muertos, tirados en el suelo, junto a sus cuchillos ensangrentados.
Los cuatro ancianos se miraron  aterrorizados y las dos mujeres mostraron en sus rostros el espanto y el horror de lo que aún  está por venir. Los niños miraban por la ventana.

-El mar se está acercando.-dijo la niña mientras los dos varones daban pasos hacia atrás, alejándose de la ventana. Los cuatro ancianos y las dos mujeres se asomaron por ella, dando la espalda a la puerta  abierta por la que había escapado uno de los ejecutores  que se había llevado al niño.

El mar estaba embravecido, la sangre que lo formaba se agitaba compulsivamente mientras las nubes del cielo se tornaban más oscuras y arrojaban con furia trozos duros y coagulados de sangre, que caían violentamente sobre la tierra, produciendo un ruido ensordecedor. El viento arrastraba esa sangre para introducirla por el hueco de la ventana rota.. Un miedo atroz cubrió los ojos de todos ellos cuando la sangre del mar se levantó en una enorme columna  de masa sangrienta y se dirigió irremediablemente hacia la aldea.

Uno de los ancianos  cogió un  cuchillo  del suelo y degolló a una de las mujeres, que cayó fulminada junto a los otros cuerpos, sin producir el más mínimo ruido. La sangre brotó de su cuerpo, oscura, lenta y espesa. A la vez que caía, el viejo miró hacia el exterior con cierta esperanza… pero aquella muerte no había aplacado la ira desatada. La lluvia fue si cabe más intensa y el viento rugió como la garganta de un demonio mientras las olas sangrientas del mar se levantaban aún más  para dirigirse hacia tierra.

Desesperados, los otros ancianos cogieron los cuchillos y el hacha, dispuestos a sacrificar al resto de los presentes y si sus muertes no daban resultado se matarían entre ellos con la esperanza de que alguna de las muertes fuera lo suficientemente digna como para gozar del respeto de los dioses. Sin embargo, ellos sabían que nada podrían hacer, uno de los ejecutores por alguna razón había detenido la muerte de un pequeño niño y se lo había llevado, quizá para salvarlo, probablemente para sacrificarlo y gozar de los privilegios que supondría llevar a cabo aquella acción en solitario, violando las normas y la tradición. Tal vez aquél niño era la víctima escogida, probablemente ni siquiera eso.

A pesar del convencimiento de que todo sería en vano, el hacha golpeó la espalda de la única mujer que seguía viva y su cuerpo se estrelló contra la pared. El filo del hacha le había provocado una profunda herida pero no murió en aquél momento. Quedó tendida en el suelo, apresada por el  dolor, mientras la sangre salía de su cuerpo, inundando su garganta. Poco tardaría en morir.

Los niños gritaron. Retrocedieron asustados al contemplar las diabólicas expresiones en los rostros de los cuatro ancianos que avanzaban amenazadores hacia ellos, sujetando los cuchillos y el hacha.  No podían escapar por la puerta y la única opción podía ser saltar por la ventana. Casi no  tendrían tiempo para ello.

Mientras, el mar de sangre avanzaba a pasos agigantados consumiendo la tierra y haciéndola desaparecer bajo su manto espeso y dulzón; las gruesas gotas de sangre que derrababa un cielo tan oscuro como los ojos de la muerte teñían todo de un inquietante color rojizo; el viento helado agitaba la sangre que viajaba por el aire para golpear las casas y provocar un sonido similar a cuando aplastas un escarabajo.

 La niña fue la primera en subirse a la ventana y sin mirar atrás, saltó. A los dos niños no les dio tiempo porque las mugrientas manos de los ancianos aferraron sus cuerpos y tiraron de ellos. 

Los dos pequeños gritaron y patalearon pero las manos adultas los sujetaron. Uno de los ancianos levantó el hacha y decidió bajarla para cortar la cabeza de uno de  los dos niños. En ese momento rugió el cielo enfurecido y un brillo intenso apareció entre las nubes oscuras. El hacha cayó al suelo acompañado del cuerpo fulminado del anciano. Los otros tres hombres se miraron sorprendidos mientras los niños se levantaban y huían por la puerta. El rostro de la niña se asomó por la ventana. Fue lo último que los tres ancianos vieron porque una masa enorme de sangre caliente  engulló a la niña y penetró violentamente en la estancia, arrasándola por completo,  llevándose con ella el cuerpo de los viejos que perecieron ahogados y alcanzar  finalmente a los dos niños que pretendían escapar del horror. Sus pequeños pulmones se llenaron de  gran cantidad de espesa y turbia sangre  y poco después sus cuerpos aparecieron flotando  en la superficie espesa de un siniestro mar de color escarlata.



1 comentario:

Anónimo dijo...

inquietante y apocaliptico. sin escapatoria dejandote on una correosa intriga.