EL BREVE RELATO DEL LOCO Y EL HACHA


Cuando una mañana temprano un loco sale de su casa con un hacha entre las manos y sacude a todo aquél que se cruce en su camino (una mujer mayor que regresaba a su hogar con las bolsas de la compra en la mano; un repartidor de propaganda que echaba panfletos en los buzones; un hombre trajeado que se dirigía al trabajo y dos adolescentes que intercambiaban cromos…) lo más prudente, lo más sensato, es alejarse de él. Ahora bien,  la cosa se complica bastante si ese loco del hacha eres precisamente tú y en el estado enajenado en el que te encuentras no eres consciente de que te acabas de cargar a cinco personas. Y menos aún de que tienes ya la ropa manchada de sangre y el rostro repleto de gotitas rojas que te confieren un aspecto bastante más terrorífico que el que tenías cuando saliste de casa.

Y corres por las calles sin dirección fija. Tu garganta emite sonidos extraños. Pareces un perro rabioso y no puedes incluso evitar que de tu barbilla resbalen hilos finos de  saliva, un detalle tan lamentable como repugnante e infantil.

 Pero corres. Hacha en mano. De un lado a otro. Persiguiendo transeúntes. Te diriges hacia una pareja que habla sentada en un banco. El hombre vestido con pantalones vaqueros, la mujer  con una minifalda de color negro. Tratan de huir al verte pero llegas a tiempo. Acabas con ellos tras cinco o seis hachazos. Ríes como si hubieras perdido la cabeza por completo pero a pesar de estar rematadamente loco, la cabeza sigue intacta sobre tus hombros.

Te detienes un momento en mitad de la calle y ves a los transeúntes correr en dirección contraria. Huyen de ti como de la peste. Decides caminar con la boca abierta y produciendo un sonido demoníaco para llegar hasta la carretera. Un coche se detiene a tu espalda. Has oído el ruido del frenazo que ha producido para no atropellarte. No estás para mariconadas y te das la vuelta. Al ver tu rostro salpicado de sangre, la ropa manchada y el hacha que aún gotea ese líquido viscoso que en estos momentos te produce una excitación brutal, el ocupante del vehiculo grita aterrorizado y trata de quitarse el cinturón de seguridad, esas cosas que has oído que suelen salvar la vida a la gente…

…Descargas el primer golpe sobre la carrocería. Has usado tanta fuerza que incluso te duelen las muñecas pero el coche se ha movido y ha crujido como si hubieras aplastado un caracol. Aúllas malhumorado. De la herida no brota sangre alguna y vuelves a levantar el hacha por encima de tu cabeza. La dejas caer de nuevo. El ruido contra el metal te hace estremecer. El filo se hunde y salen chispas, a las que te quedas mirando embobado. El hombre del coche por fin ha logrado quitarse el cinturón. Tiembla mucho más que la llama de una vela. Tú lo observas con tu cara deformada por una expresión que lo asusta aún más. Abre la puerta y trata de salir. Lo hace. Cae inmediatamente. Bajas la cabeza y ves que se ha enredado en el cinturón de seguridad, que como una serpiente se ha enrollado en su pierna. Te acercas con la idea de realizar la buena obra del día y le partes la pierna en dos de un solo golpe. Ahora que está libre el hombre no se marcha, se limita a gritar como un poseso y se retuerce en el suelo. Parece que está sufriendo. Tal vez debas hacer la segunda buena obra del día…

…bastaba un solo hachazo pero por si acaso has llegado a contar trece y el amasijo de carne que has dejado pegado al asfalto te resulta tan desagradable que incluso sientes arcadas.

Las sirenas de varios coches patrulla se acercan. Comprendes que vienen a  por ti. En tu fuero interno, detrás de esa alma oscura que ahora te domina, sabes que tu hacha por muy afilada que se encuentre  nada podrá hacer contra sus armas. En cualquier momento llegarán, te rodearán y pedirán que la sueltes  y que te tires al suelo. No vas  a hacer caso. No has llegado hasta aquí para acabar humillado hasta ese punto. Caerás, naturalmente, eso era algo que sabías desde el primer momento en que saliste de casa con intenciones maléficas, pero te llevarás varias cabezas por delante.

No te detendrás y los proyectiles se incrustarán en tu piel, como los aguijones de gigantescas avispas;  dolerán mucho más y eso te da un poco de miedo pero, tío, eres un tipo malo, no puedes mostrar ni un ápice de debilidad. ¡Que tu historia predomine   en los anales de la crónica negra!

Y cuando el ejército de policías está a punto de irrumpir en la plaza en la que te encuentras, el hacha se te resbala por la cantidad de sangre que baja desde tus brazos y cae al suelo produciendo un ruido inesperado. Ha sido un descuido, un movimiento torpe. Algo que no venía reflejado en el guión.

Aturdido y asombrado, con el rostro mostrando ahora un sentimiento de culpabilidad, miras hacia el grupo de gente que está observando la escena detrás de unas vallas que les impiden el paso  y después te giras hacia los focos y las cámaras.

-Lo siento.-dices con un tembloroso hilo de voz.

Alex de la Iglesia se levanta de su silla malhumorado y con el rostro crispado vocifera un improperio, después  grita disgustado:

-¡Corten! ¡Repetimos toda la puta escena!


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